martes, 13 de diciembre de 2011
5 años
En mi infancia, un tipo de conversación recurrente era el que solía escuchar a mi abuela cuando comentaba con mi madre o con conocidas el precio por el que este o aquel había vendido el piso. Algo que recuerdo como propio del tiempo de mi infancia que pasé en el edificio de recuerdos era el constante trasiego de vecinos que se mudaban, marchándo unos y llegando otros.
Finalmente nos llegó a nosotros el turno. Cuando tenía 11 años, vendimos el piso en un tiempo breve y nos mudamos a la casa de campo familiar, que acondicionamos como vivienda permanente, lugar en el que vivimos desde entonces.
La primera vez que escuché hablar de crisis económica fue en invierno del 2005; por aquel tiempo comencé a oir hablar del pronto pinchazo de la burbuja inmobiliaria, lo cual me hizo concienciarme de algo que daba por hecho hasta aquel momento: la anormalidad de esa situación. En primavera del 2006 leí por vez primera la historia “siempre puedo refinanciar” o “Pepito Relámpago”, que trataba sobre la aventura inmobiliaria de un joven que compraba un piso hipotecado a 30 años, cobrando tan solo un 30% más que el importe mensual de la hipoteca. Al poco tiempo, las sucesivas subidas del euribor hacen que la cuota vaya subiendo, al tiempo que los efectos de la crisis hacen que pierda su trabajo. La historia acaba con la hipoteca ejecutada y el piso subastado por menos de la mitad de su valor original. Pepito tendría que pagar 600€ mensuales por NADA durante 30 años.
Poco a poco, durante los años siguientes, esta situación empezó a ser terriblemente familiar; los datos de morosidad mostraban una tendencia que empezó a ser frecuente; obviamente, el destino de Pepito no era en la práctica algo tan ominoso, al prever la ley una cantidad inembargable igual, o superior (en el caso de unidades familiares) al salario mínimo, que actualmente se encuentra en los 645€.
Así pues, a partir del 2006, un número creciente de familias o individuos, se veían en una situación en la que, o se habían visto obligados a refinanciar sus hipotecas a 40 ó 50 años, o les había sido ejecutada, declarándose insolventes en algunos casos (con riesgo de prisión). A día de hoy, el ratio de morosidad es del 6%, y cada día son desahuciadas unas 200 familias.
Mientras tanto, el precio de la vivienda no hacía sino aumentar, ya en un claro entorno de crisis económica, hasta el descenso de los precios, que comenzó en 2007. Se prevé una ligera repuntada, para asistir a un desplome de los mismos en torno a 2015. Hoy en día, las hipotecas que se pagan son un 10% mayores que el precio de los pisos.
En difinitiva, tras 5 años de crisis económica, la situación para miles de familiar españolas en relación a su hipoteca ha generado una situación preocupante a nivel de cohesión social, con mucha de esa gente incapacitada de por vida a poseer una vivienda propia, mientras exista una legislación sobreprotectora con las entidades crediticias. Las espectativas no son buenas, con un gobierno entrante obsesionado por retornar a la situación previa a la crisis y reflotar el sector de la construcción, insistente incluso con otorgar el ministerio de economía al hombre que más contibuyó a inflar la burbuja, Rodrigo Rato.
En esta coyuntura, no parece descabellado pensar en que las barriadas de tiendas de campaña de finales del siglo XIX podrían ser una próxima realidad.
Finalmente nos llegó a nosotros el turno. Cuando tenía 11 años, vendimos el piso en un tiempo breve y nos mudamos a la casa de campo familiar, que acondicionamos como vivienda permanente, lugar en el que vivimos desde entonces.
La primera vez que escuché hablar de crisis económica fue en invierno del 2005; por aquel tiempo comencé a oir hablar del pronto pinchazo de la burbuja inmobiliaria, lo cual me hizo concienciarme de algo que daba por hecho hasta aquel momento: la anormalidad de esa situación. En primavera del 2006 leí por vez primera la historia “siempre puedo refinanciar” o “Pepito Relámpago”, que trataba sobre la aventura inmobiliaria de un joven que compraba un piso hipotecado a 30 años, cobrando tan solo un 30% más que el importe mensual de la hipoteca. Al poco tiempo, las sucesivas subidas del euribor hacen que la cuota vaya subiendo, al tiempo que los efectos de la crisis hacen que pierda su trabajo. La historia acaba con la hipoteca ejecutada y el piso subastado por menos de la mitad de su valor original. Pepito tendría que pagar 600€ mensuales por NADA durante 30 años.
Poco a poco, durante los años siguientes, esta situación empezó a ser terriblemente familiar; los datos de morosidad mostraban una tendencia que empezó a ser frecuente; obviamente, el destino de Pepito no era en la práctica algo tan ominoso, al prever la ley una cantidad inembargable igual, o superior (en el caso de unidades familiares) al salario mínimo, que actualmente se encuentra en los 645€.
Así pues, a partir del 2006, un número creciente de familias o individuos, se veían en una situación en la que, o se habían visto obligados a refinanciar sus hipotecas a 40 ó 50 años, o les había sido ejecutada, declarándose insolventes en algunos casos (con riesgo de prisión). A día de hoy, el ratio de morosidad es del 6%, y cada día son desahuciadas unas 200 familias.
Mientras tanto, el precio de la vivienda no hacía sino aumentar, ya en un claro entorno de crisis económica, hasta el descenso de los precios, que comenzó en 2007. Se prevé una ligera repuntada, para asistir a un desplome de los mismos en torno a 2015. Hoy en día, las hipotecas que se pagan son un 10% mayores que el precio de los pisos.
En difinitiva, tras 5 años de crisis económica, la situación para miles de familiar españolas en relación a su hipoteca ha generado una situación preocupante a nivel de cohesión social, con mucha de esa gente incapacitada de por vida a poseer una vivienda propia, mientras exista una legislación sobreprotectora con las entidades crediticias. Las espectativas no son buenas, con un gobierno entrante obsesionado por retornar a la situación previa a la crisis y reflotar el sector de la construcción, insistente incluso con otorgar el ministerio de economía al hombre que más contibuyó a inflar la burbuja, Rodrigo Rato.
En esta coyuntura, no parece descabellado pensar en que las barriadas de tiendas de campaña de finales del siglo XIX podrían ser una próxima realidad.
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